Aunque no hay consenso, gran parte de los historiadores del arte consideran que este mosaico contiene la primera representación iconográfica de Lucifer (o de Satanás, como se prefiera). Y no, no es la figura de rojo. La escena decora el interior de la iglesia de San Apolinar Nueva, en Rávena, famosa por la cantidad y calidad de sus mosaicos. La levantaron, a principios del siglo VI, los ostrogodos, para el culto arriano, aunque pronto los bizantinos la devolvieron a la ortodoxia cristiana.
Lo que se ilustra en el mosaico es el Juicio Final tal como aparece en Evangelio de Mateo (25: 31–46), como una alegoría en la que Cristo separa las ovejas (los justos) de las cabras (los condenados). Por eso se considera que es el ángel azul, el que está detrás de las cabras, el que representa a Lucifer. Quizá nos choque, pero debemos tener en cuenta que, en quinientos años de cristianismo, todavía no se le había representado.
En realidad, el concepto del diablo cristiano se fue conformando durante los primeros siglos de nuestra era. En la Biblia, no hay un retrato explícito de Satanás, tan solo se lo menciona. Y, en la tradición judía, no existía la figura del demonio tal y como la conocemos. «Satanás» es una palabra hebraica que significa algo así como «adversario», aunque también se puede interpretar como «acusador», en el sentido de los fiscales. Y con ese papel aparece en el Antiguo Testamento: un ángel al servicio de Dios que actuaba como una especie de fiscal que tentaba o ponía a prueba la fe de personajes como Job. Pero siempre bajo la autoridad de Dios, si no por mandado suyo. Digamos que se encargaba de hacerle el trabajo sucio. Solo en los textos más tardíos, surgidos a partir del dominio helenístico y de marcado carácter apocalíptico, como el Libro de Enoc, se empezó a concebir un Satanás más independiente, que recorría el mundo buscando gente a la que corromper. Y quizá tuvo que ver la influencia del zoroastrismo, religión dualista que los judíos conocieron durante su cautiverio en Babilonia, en la que hay un dios bueno y otro malo.
El cristianismo primitivo le dio más importancia a la figura de Satanás, y en el Nuevo Testamento se nos muestra ya como el adversario de Jesús, un personaje malévolo que trata de tentarlo en el desierto. También se lo identifica con el dragón y el anticristo del Apocalipsis de Juan, que se enfrentará a Cristo al final de los tiempos. Más tarde, los Padres de la Iglesia empezaron a reinterpretar algunos pasajes de los libros del Antiguo Testamento de manera excesivamente libre, y fue así como identificaron a la serpiente del Edén con Satanás, o se difundió la creencia de que Lucifer fue expulsado del cielo por revelarse contra Dios. Cosas que no aparecen en la Biblia de manera explícita.
No es extraño, pues, que transcurriese tanto tiempo hasta la aparición de las primeras imágenes de Satanás. Solo a partir del siglo IX se hizo común su representación gráfica. A ello contribuyó, sin duda, la enorme difusión de los Comentarios al Apocalipsis de Beato de Liábana, cuyas copias estaban profusamente decoradas. Si al principio prevaleció la apariencia humana o angelical de los demonios, como en este mosaico o en el códice del Apocalipsis de Tréveri del año 800, donde los ángeles rebeldes tienen la misma apariencia que los leales, su figura pronto se fue tornando más siniestra. Se vislumbra ya en los beatos del siglo X. Satanás era la encarnación del mal, y eso debía reflejarse en una apariencia monstruosa. Por otro lado, las obras de los artistas tenían una función didáctica y doctrinal, así que las imágenes de los demonios se convirtieron en una representación alegórica de los pecados. Al dotarlos de características bestiales y grotescas se pretendía llegar al pueblo llano.
Lo interesante de este mosaico es que podemos ver que ya se estaba construyendo la analogía del diablo con las cabras. La cabra era considerada una bestia de naturaleza lujuriosa; en especial el macho cabrío. Es posible que la creencia fuera reminiscencia del culto ancestral al dios cornudo. Una de las tácticas que usó el cristianismo para combatir a los paganos fue convertir a sus dioses en demonios. La iconografía tradicional de Satanás, los cuernos, los pies de chivo y la cola, parece derivar del dios grecorromano Pan, un dios rústico de la fertilidad, muy lujurioso, que tenía cuernos y patas de cabra. Era semejante a los sátiros y faunos, a quienes escritores cristianos como San Jerónimo consideraban demonios. Con la llegada del cristianismo a los países celtas del oeste y el norte de Europa, ocurrió lo mismo con Cernnunos, otro dios astado de la fertilidad, la regeneración y de los animales salvajes.
Lo que está claro es que la visión del demonio que ha llegado hasta nuestros días no tiene que ver con la Biblia, sino que es una construcción gradual del imaginario colectivo en el que se sumaron restos de creencias paganas, elementos puramente populares y folclóricos, consideraciones de los teólogos cristianos y la visión que de ellas plasmaron los artistas a lo largo de la Edad Media.
Fuentes
-VICENT, Jaume: «El diablo para tontos» en La piedra de Sísifo
-ANDRADE, Gabriel: Breve historia de Satanás, Nowtilus, 2014