Sucedió en otro fin de año, el de 406 d.C.. Aprovechando que la superficie del Rin se había helado, una coalición de pueblos «bárbaros» cruzó el río, que hacía de frontera con el Imperio romano, e invadió la Galia. Aquel desplazamiento de gente repentino e inesperado pilló totalmente desprevenidos a los romanos. Tanto por su magnitud, porque se estima que más de cien mil personas atravesaron el limes aquella día, como por el hecho de que se moviesen durante el invierno. En realidad, no se ha encontrado un registro evidente de tal helada del Rin en las fuentes clásicas. Pero, para la mayoría de los historiadores, esta sería la circunstancia que mejor explicaría que una muchedumbre semejante pudiese cruzar el río en tan poco tiempo, y que la flota fluvial romana se mantuviera totalmente inactiva.
El paso del río tuvo lugar cerca de la actual ciudad de Maguncia, en el curso medio del Rin, a lo largo de un frente bastante ancho. Aunque es posible que se adelantasen algunos grupos de guerreros, no se trataba de una invasión militar. Ya había ocurrido algo semejante la generación anterior, cuando los godos atravesaron el Danubio como de refugiados. Se trataba de la migración de familias enteras, de hombres, mujeres y niños, que viajaban acompañados de sus rebaños y cargados con todas sus pertenencias. La multitud la formaba un conglomerado de pueblos que actuaban juntos en una especie de confederación. Estaba compuesta por dos grupos de vándalos —silingos y asdingos—, por diversas tribus de suevos y por un nutrido grupo de alanos. Tanto vándalos como suevos eran pueblos germánicos, mientras que los alanos tenían un origen asiático, seguramente iranio: un pueblo de jinetes de las estepas. Mezclados con estos últimos viajaba un reducido contingente de sármatas.
El empuje de los hunos
Desde hacía tiempo, vándalos y suevos llevaban una vida sedentaria en sus territorios, a lo largo del curso del Danubio. Tan solo los alanos habían mantenido su esencia nómada por las llanuras del este de Europa. En los primeros años del siglo V, sin embargo, tuvo lugar un confuso movimiento de todos estos pueblos establecidos en Europa central. Los historiadores hablan de una especie de efecto carambola: la llegada de los hunos desde el mar Negro presionó a los alanos y los desplazó hacia el oeste. Estos, en su huida, arrastraron a todos los pueblos que se encontraron a su paso: primero a los vándalos asdingos, luego a los suevos (cuados y quizá marcomanos), y por último a los vándalos silingos, los más occidentales. Por el camino, fueron formando una especie de confederación en la que los alanos, aunque menos numerosos, tenían un papel prominente, seguramente debido a su espíritu más belicoso.
A principios del 406, esta alianza llegó al margen derecho del Rin. Pero no era un territorio deshabitado, ni mucho menos. Hacía tiempo que estaban allí asentados, de norte a sur, francos, burgundios y alamanes. Los tres eran pueblos germánicos federados de Roma: servían de escudo al imperio de a cambio de subsidios y ventajas comerciales. De hecho, había también tribus francas afincadas dentro del propio imperio, en la Gallia Belgica. Los recién llegados se encasquetaron entre los francos y los burgundios. Los francos, que no estaban dispuestos a ceder parte de su territorio, se lanzaron inmediatamente contra los invasores. Cayeron con dureza sobre los vándalos asdingos y estuvieron a punto de barrerlos. Solo la oportuna intervención de los alanos salvó el día. Con su caballería claramente superior, infligieron una dura derrota a los francos y los obligaron a retirarse. Después no hubo más problemas. La coalición pasó el resto del año en esas tierras con los víveres que habían arrebatado a los francos. Esperaban su oportunidad, y esta no tardaría en llegar.
Un imperio que hace aguas
Porque las cosas estaban francamente mal al otro lado de la frontera. Hacía diez años que el Imperio romano se había dividido definitivamente en dos y, aunque la parte oriental se mantenía más o menos firme, estaba claro que el Imperio de Occidente se estaba hundiendo poco a poco. Se vivía una situación de guerra civil intermitente, el Estado perdía el control de las provincias cada dos por tres frente al usurpador de turno, los visigodos de Alarico campaban a sus anchas dentro del imperio desde hacía tiempo, saqueando a placer… Así que los campos estaban devastados, el comercio casi había desaparecido, y las ciudades y la vida urbana se encontraba en franca decadencia. Además, ya no contaba con el apoyo del Imperio de Oriente, pues andaban enfrentados por el control de Iliria y Macedonia, en los Balcanes.
Así andaban las cosas cuando vándalos, suevos y alanos se plantaron frente a la Galia en el 406. El Imperio de Occidente sobrevivía a duras penas, arruinado e inmerso en una profunda crisis social y demográfica. Su integridad dependía de los esfuerzos de Estilicón, el magister militum (o comandante supremo) del emperador Honorio, que era quien gobernaba de fato. Estilicón había sido el general más destacado del emperador Teodosio —el responsable de la división del Imperio— que, a su muerte, le había encomendado la regencia de ambas partes del Imperio en nombre de sus hijos, Arcadio y Honorio, demasiado jóvenes. Las maniobras políticas de sus rivales lo expulsaron pronto del Imperio de Oriente, pero en el de Occidente obtuvo notorios éxitos como magister militum. En 398 aplastó la revuelta del usurpador Gildo, comandante de las tropas de la provincia de África. En 402 venció a Alarico cuando este invadió por primera vez el norte de Italia. Y el mismo 406 había detenido otra invasión, la del ostrogodo Radagasio, que había atravesado los Alpes el año anterior y se había adentrado en Italia al frente de un potente ejército de bárbaros de distintos orígenes.
Roma se barbariza y los bárbaros se romanizan
El caso es que el propio Estilicón era de origen bárbaro, hijo de un militar vándalo. Por aquel entonces, algunos sectores de la sociedad habían sufrido un proceso de «barbarización». Sobre todo el ejército. La mayor parte de los legionarios eran bárbaros o descendientes de bárbaros que se enrolaban a título individual o en grandes grupos de tropas auxiliares. Con el tiempo, tanto ellos como sus familias se fueron romanizando y se integraron en la sociedad. Algunos empezaron a ocupar también cargos en la administración. Finalmente, unos cuantos lograron ascender hasta los puestos más importantes, como sucedió con Estilicón.
Pero volvamos a la frontera del Rin y a nuestra confederación de tribus. Hemos hablando del empuje de los hunos. Es cierto que es una teoría ampliamente aceptada, pero también se ha apuntado que la principal causa de esta migración masiva podría haber sido el empobrecimiento de las regiones que rodeaban las orillas del Danubio. Algo lógico después de más de veinte años de correrías de los godos por Mesia, Macedonia e Iliria. Quizá su objetivo, al llegar al limes, era convertirse también en pueblos federados de los romanos y recibir las mismas ventajas que francos, alamanes y burgundios.
Sin embargo, lo que se encontraron fue una oportunidad para colarse en el Imperio y forzar algún pacto desde dentro, como estaban haciendo los godos, que les concediese tierras en las que asentarse. Había que aprovechar el desconcierto general que había provocado la invasión de Radagasio del año anterior. Estilicón, para reunir lo más rápidamente posible un ejército con el que oponerse al ostrogodo, había desguarnecido parcialmente el limes, así que la frontera del Rin se había vuelto bastante vulnerable. Pero luego, cuando acabó con la horda invasora, no volvió a reforzarla. Estaba más interesado en mandar esas tropas al este para terminar de una vez la disputa sobre Iliria con el Imperio de Oriente. Incluso iba a pactar con Alarico. En ese momento, el general no evaluó bien el riesgo que suponía para el Imperio esta coalición de bárbaros que había llegado a la frontera renana. Es posible que creyese que los federados francos serían apoyo suficiente para las guarniciones que quedaban.
Está claro que no fue así. Las defensas estaban lo suficientemente debilitadas como para que la coalición bárbara cruzase el río con facilidad. Encontrárselo congelado fue todo un regalo.
La Galia saqueada
Una vez cruzado el Rin, lo primero que hicieron vándalos, suevos y alanos fue asaltar los campamentos y poblaciones ribereñas. Después, tras anular la capacidad militar romana junto al Rin, y de efectuar los primeros saqueos, tuvieron un terrible encontronazo con los francos ripuarios. Ambos bandos sufrieron muchas bajas —el propio rey de los vándalos pereció en esta batalla—, pero lograron forzar el paso hacia el interior de la Galia. Acuciados por el hambre, se entregaron al saqueo de las ciudades del norte de la provincia. La confederación se deshizo momentaneamente y cada pueblo tomó un camino. También se descolgaron de los grupos principales algunos más pequeños de guerreros que se esparcieron en distintas direcciones.
Entonces reaccionaron los romanos. Pero el auxilio iba a llegar de las fuerza legítimas del Imperio. Constantino, el último de una serie de usurpadores que se sucedieron en Britania, se aprovechó de lo que estaba sucediendo en la Galia . Con la excusa de la invasión, se proclamó emperador y, al frente de las legiones que quedaban en la isla, pasó al continente. Primero rechazó las incursiones que se adentraban en el área costera; luego se dirigió hacia el Rin para volver a asegurar la frontera y renovar acuerdos con los federados. Por el camino, derrotó a los grupos de invasores con los que se cruzaba y recuperó el control de las ciudades. Restaurada la frontera, se dirigió al sur por el valle del Ródano, persiguiendo a los grupos principales y liberando más ciudades. En una de las más importantes, Arlés, fijó su capital.
¿Y Honorio y Estilicón?
Pues parece que en Rávena estaban más preocupados por el nuevo usurpador que por la confederación bárbara. Desde la capital reunieron un nuevo ejército, pero para lanzarlo contra Constantino en una enésima guerra civil.
Los siguientes años fueron muy confusos en la Galia: los romanos peleaban entre sí y contra los invasores que se les acercaban; algunos bárbaros, como un gran contingente de alanos, se pasaron al bando romano y se sumaron a los francos para luchar contra sus antiguos aliados; y las hordas de suevos, vándalos, y el resto de los alanos, coaligadas o en solitario, siguieron saqueando a conciencia toda la Galia. Hasta que la presión de los francos y de las tropas de Constantino III los empujaron hacia el sur. En otoño de 409, los diferentes grupos de los invasores se volvieron a reunir en el sur de la Galia. Juntos, de nuevo, hicieron acopio de provisiones, atravesaron los Pirineos y entraron en Hispania. Para ese entonces, las intrigas de los enemigos de Estilicón habían logrado que el emperador lo mandase ejecutar por traidor. Sin su mayor defensor, nada podrían hacer para frenar al ejército de godos de Alarico que, roto el pacto que había hecho antiguo magister militum, decidió invadir Italia. El año siguiente saquearía la propia Roma, y el imperio de Occidente ya no levantaría cabeza.
En la península Ibérica, los suevos fundaron uno de los primeros reinos europeos en la provincia de la Galaecia. Los vándalos y los alanos, que se terminarían fusionando, pasaron un tiempo vagando malamente por la Península. Luego decidieron cruzar el Estrecho, acosados por los visigodos, que actuaban como federados del Imperio. Bajo el mando del rey Genserico, no les costó mucho someter el norte de África. En 439 conquistaron Cartago y se hicieron con su imponente flota. Allí establecieron su reino, en el granero de Roma, desde donde dominaría el Mediterráneo occidental y llegarían, también, a saquear Roma.
¿Quieres saber más? Te dejo mi bibliografía
Barreras, D. & Durán, C.: Breve historia de la caída del Imperio romano, Nowtilus, Madrid, 2017
Fernández Uriel, P: Historia de Roma, vol2 , UNED,
Goldsworthy A.: La caída del Imperio Romano. El ocaso de Occidente, La esfera de los libros, 2011
Jones T. & Ereira, A.: Roma y los bárbaros. Una historia alternativa , Crítica, Barcelona, 2008