Virgilio y la mosca

Parece el título de alguna de esas fábulas de Esopo con animales protagonistas: «Virgilio y la mosca». Una curiosa anécdota de «insectofilia» que cuenta la relación de Virgilio con una mosca que le hacía compañía en sus sesiones de escritura. El poeta romano le cogió tanto cariño que terminó adoptándola. Cuando esta murió, le organizó un magnífico funeral y un entierro digno de las personalidades más ilustres. A primera vista, parece un relato poco verosímil, unos hechos más propios de las leyendas que de acontecimientos que sucedieron realmente. Sin embargo, se ha querido encontrar, escondida bajo esa extraña anécdota, una realidad histórica bastante prosaica.

Los supuestos hechos ocurrieron cuando la República romana daba sus últimos coletazos. Marco Antonio, Octavio y Lépido se habían hecho los dueños de Roma en virtud del pacto del segundo triunvirato. Después de vencer a los asesinos de César en la batalla de Filipos, los triunviros promulgaron una ley para confiscar propiedades a algunos terratenientes. Pretendían asentar allí a los soldados veteranos y recuperar el dinero invertido en aquella última guerra civil. Virgilio era uno de aquellos propietarios afectados por la resolución, pero él no se iba a quedar de brazos cruzados mientras veía cómo peligraba su patrimonio. El autor de la Eneida se ocupó de difundir por toda Roma que su mascota más apreciada era una mosca. Y, al cabo de un tiempo, anunció a todos su muerte y preparó sus funerales. En la Urbe tomaron aquello como la reacción excéntrica de un lunático. Porque Virgilio no escatimó en gastos. Primero se ofició un fastuoso funeral en su casa del monte Esquilino, al que acudieron algunas personalidades importantes del mundo de la cultura. Su amigo y patrón, Mecenas, se ocupó de pronunciar la laudatio funebris, un largo y conmovedor panegírico. Plañideras profesionales acompañaron al cortejo fúnebre. Y, después, el propio Virgilio depositó el cadáver del insecto, envuelto en su sudario, en un mausoleo que había mandado levantar en el terreno que le querían confiscar. En su lápida se podía leer: MVSCA. SIT TIBI VRNA LEVIS ET MOLLITER OSSA QUIESCANT («Mosca. Séate leve esta urna y descansen en ella tus huesos»). El poeta se gastó en aquel triste evento una verdadera fortuna, en torno a 800.000 sestercios.

Ilustración para la anécdota de Virgilio y la mosca en la obra de R. Ripley
Ilustración del entierro de la mosca para la obra de R. Ripley

Pero no era ni capricho ni locura; todo había estado bien meditado y formaba parte del plan de Virgilio para defender su patrimonio. Resulta que aquella ley hacía una excepción con la expropiación de los terrenos: los que contenían tumbas o monumentos funerarios de seres queridos. Y, como suele decirse, «hecha la ley, hecha la trampa»: en su texto, la ley no especificaba que los seres queridos debían ser personas, así que Virgilio la retorció a su favor para que el mausoleo donde descansaba su «queridísima» mosca evitara que le arrebatasen sus tierras.

El problema es que ni la anécdota de la mosca ni la supuesta realidad histórica subyacente están recogida en ninguna fuente. Ningún texto clásico habla sobre ello. Suetonio, el gran cronista de la época no menciona la anécdota; tampoco ninguno de los biógrafos o comentaristas de Virgilio de la Antigüedad. La historia debió surgir bastante después. Pero es que el relato no aparece escrito hasta la segunda década del siglo XX, de la mano de Robert Ripley, un famoso caricaturista estadounidense. Ripley escribía obras en las que recopilaba sucesos y datos curiosos del mundo, que luego adaptó a otros formatos como la radio y la televisión. Sin embargo, en el caso de la anécdota de Virgilio y la mosca, Ripley cita a Suetonio como el autor que la recoge su Vida de los doce césares, algo que hemos visto que no es verdad.

¿Fue entonces una invención de Ripley? Parece que tampoco. A Ripley le llegó, de alguna manera, el relato de unos hechos apócrifos atribuidos al poeta desde hacía siglos, un cuento ejemplarizante en el que Virgilio nos da una lección de astucia. Pero no había surgido de la nada. Porque, como veremos, la figura de Virgilio sí que estuvo vinculada muy pronto con las moscas. Y diversas leyendas medievales contenían algunos de los elementos de los que consta esta curiosa historia.

Por un lado, durante mucho tiempo se creyó que Virgilio había sido el autor de un poema pastoral titulado Culex, «El mosquito». Culex forma parte de los textos del denominado Appendix Vergiliana, un conjunto de poemas menores que, tradicionalmente, se habían tenido por virgilianos, pero que la crítica moderna duda mucho en atribuir al poeta latino. En él se cuenta cómo un mosquito salvó la vida de un pastor gracias a un picotazo. El pastor dormía bajo un árbol cuando se le acercó, amenazante, una serpiente venenosa. El mosquito le picó en un párpado, para avisarle, y este reaccionó aplastándolo de un manotazo. Pero aquello lo despabiló lo suficiente como para evitar a la peligrosa serpiente. Por la noche, el espíritu del mosquito se le apareció al pastor y le recriminó que hubiera sido capaz de matar a quien le había salvado la vida. El pastor, muy arrepentido, le construyó una tumba de mármol para honrarlo. Con un sentido epitafio inscrito en la lápida.

Que se le atribuyeran este tipo de obras a Virgilio no era algo extraño, ya que pronto se convirtió en el escritor más famoso de la Antigüedad. Lo interesante para nosotros es que en este poema, Culex, encontramos varios elementos de nuestra anécdota: Virgilio (el supuesto autor), la muerte de un mosquito (no exactamente una mosca, pero muy parecido) y un túmulo levantado en su honor con un texto inscrito en la lápida.

En la Bibliotheca Augustana se puede encontrar, en latín, el texto
del poema Culex y el de otras obras del Appendix Vergiliana.

Si, ya en vida, Virgilio era objeto de la mayor admiración literaria, tras su muerte, esa admiración se transformó en auténtica veneración. Se consideraba que, con él, el arte de la poesía había alcanzado su máxima perfección; sus obras se estudiaban y comentaban en los ámbitos más variados, y sus textos eran materia básica para los escolares. Como autor de la Eneida, el épico relato de la fundación de Roma, Virgilio alcanzó la categoría de héroe nacional, una figura que encarnaba la grandeza humana y espíritu de Roma. Se consideraba tan inspirada su poesía, que se pensaba que debía contener algún tipo de verdad divina. Hasta el punto de que, ya en el siglo II, había una forma de adivinación que usaba pasajes de la Eneida para predecir el futuro: las llamadas sortes virgilinae. Incluso los pensadores cristianos fomentaron esta imagen de adivino y profeta, pues vieron en su bucólica cuatro una predicción de la llegada del Mesías, cuando menciona el nacimiento de un niño que iniciaría una edad de oro.

Su tumba en las afueras de Nápoles, convertida muy pronto en lugar de peregrinación, también ayudó a extender ese aire místico que lo rodeaba. De héroe local pasó a convertirse en una especie de protector no oficial de la ciudad. Y empezaron a surgir leyendas extraordinarias sobre su persona, historias en las que los elementos esotéricos y sobrenaturales prevalecían sobre su figura de poeta. Uno de los mitos más populares sostenía que Virgilio había creado una mosca de bronce del tamaño de una rana y la había colocado en una de las puertas de las murallas Nápoles. El talismán permaneció allí durante ocho años, y durante ese tiempo ninguna mosca pudo entrar en la ciudad. Otra leyenda contaba que, cuando algún ejército se atrevía a atacar la ciudad, el espíritu del poeta mandaba sobre él enjambres de moscas para que lo acosase. Historias que, como vemos, vinculan de nuevo a Virgilio con las moscas.
En la Edad Media, el personaje de Virgilio se había convertido en un maestro de las artes oscuras, en un mago especializado en conjurar moscas. Así lo atestiguan otras leyendas surgidas durante esos siglos, como la que decía que Virgilio había convocado en Roma al Moscone, un diablo que tenía poder sobre todas las moscas. O aquella que contaba la historia de un mago malvado al que visita un hombre pobre pero virtuoso llamado Virgilio. Con la ayuda de un espíritu encerrado en un rubí con forma de mosca, Virgilio consigue llevarse los libros y tesoros mágicos del aquel mago.

Fue Dante quien restituyó la fama de Virgilio como poeta en el siglo XIV, al introducirlo como personaje en su Divina Comedia. Durante el Renacimiento se redescubrió al autor y su obra. De este modo, Virgilio volvía a ser el depositario de la sabiduría humana y desaparecía todo lo relacionado con su faceta de mago. Pero solo aparentemente. Aquellos mitos que se habían acumulado alrededor de su nombre a lo largo de los siglos solo estaban latentes. Por eso, en la anécdota que recoge R. Ripley encontramos los fragmentos de esos viejos rumores: el vínculo de las moscas con Virgilio; un túmulo levantado en honor del insecto, solo que Virgilio sustituye ahora al pastor; una tumba que protege las tierras del poeta, como su propia tumba había protegido Nápoles en las leyendas; y la figura Virgilio como depositario de la sabiduría, solo que no es ahora una sabiduría poética ni mágica, sino pura astucia que lo hace prevalecer frente a sus adversarios.

FUENTES

-MARQUÉS, Néstor F.: Fake news de la antigua Roma, Espasa, Madrid, 2019
-PENDLE, GEORGE: Virgil’s Fly. Believe it or not, en cabinetmagazine.org

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