Odalisca, de Mariano Fortuny |
Trae, Jarifa, trae tu mano, ven y pósala en mi frente, que en un mar de lava hirviente mi cabeza siento arder. Ven y junta con mis labios esos labios que me irritan, donde aún los besos palpitan de tus amantes de ayer. ¿Qué la virtud, la pureza? ¿Qué la verdad y el cariño? Mentida ilusión de niño que halagó mi juventud. Dadme vino: en él se ahoguen mis recuerdos; aturdida, sin sentir, huya la vida; paz me traiga el ataúd. El sudor mi rostro quema, y en ardiente sangre, rojos brillan inciertos mis ojos, se me salta el corazón. Huye, mujer; te detesto, siento tu mano en la mía, y tu mano siento fría, y tus besos hielo son. ¡Siempre igual! Necias mujeres, inventad otras caricias, otro mundo, otras delicias, ¡O maldito sea el placer! Vuestros besos son mentira, mentira vuestra ternura, es fealdad vuestra hermosura, vuestro gozo es padecer. Yo quiero amor, quiero gloria, quiero un deleite divino, como en mi mente imagino, como en el mundo no hay; y es la luz de aquel lucero que engañó mi fantasía, fuego fatuo, falso guía que errante y ciego me tray. ¿Por qué murió para el placer mi alma, y vive aún para el dolor impío? ¿Por qué, si yazgo en indolente calma, siento en lugar de paz árido hastío? ¿Por qué este inquieto abrasador deseo? ¿Por qué este sentimiento extraño y vago que yo mismo conozco un devaneo, y busco aún su seductor halago? ¿Por qué aún fingirme amores y placeres Que cierto estoy de que serán mentira? ¿Por qué en pos de fantásticas mujeres Necio tal vez mi corazón delira, Si luego en vez de prados y de flores halla desiertos áridos y abrojos, Y en sus sandios o lúbricos amores Fastidio sólo encontrará y enojos? Yo me arrojé, cual rápido cometa, En alas de mi ardiente fantasía, do quier mi arrebatada mente inquieta dichas y triunfos encontrar creía. Yo me lancé con atrevido vuelo Fuera del mundo en la región etérea, y hallé la duda, y el radiante cielo vi convertirse en ilusión aérea. Luego en la tierra la virtud, la gloria busqué con ansia y delirante amor, y hediondo polvo y deleznable escoria mi fatigado espíritu encontró. Mujeres vi de virginal limpieza entre albas nubes de celeste lumbre; yo las toqué, y en humo su pureza trocarse vi, y en lodo y podredumbre. Y encontré mi ilusión desvanecida, y eterno e insaciable mi deseo; palpé la realidad y odié la vida: sólo en la paz de los sepulcros creo. Y busco aún y busco codicioso, y aún deleites el alma finge y quiere; pregunto, y un acento pavoroso «¡Ay! -me responde-, desespera y muere. »Muere, infeliz: la vida es un tormento, un engaño el placer; no hay en la tierra paz para ti, ni dicha, ni contento, sino eterna ambición y eterna guerra. »Que así castiga Dios el alma osada, que aspira loca, en su delirio insano, de la verdad para el mortal velada, a descubrir el insondable arcano.» ¡Oh, cesa! No, yo no quiero ver más, ni saber ya nada; harta mi alma y postrada, sólo anhela el descansar. En mí muera el sentimiento, pues ya murió mi ventura, ni el placer ni la tristura vuelvan mi pecho a turbar. Pasad, pasad en óptica ilusoria, y otras jóvenes almas engañad; nacaradas imágenes de gloria, coronas de oro y de laurel, pasad. Pasad, pasad, mujeres voluptuosas, con danza y algazara en confusión; pasad como visiones vaporosas sin conmover ni herir mi corazón. Y aturdan mi revuelta fantasía los brindis y el estruendo del festín, y huya la noche y me sorprenda el día en un letargo estúpido y sin fin. Ven, Jarifa; tú has sufrido como yo; tú nunca lloras; mas, ¡ay triste!, que no ignoras cuán amarga es mi aflicción. Una misma es nuestra pena, En vano el llanto contienes... Tú también, como yo tienes, Desgarrado el corazón.
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