Como César, lloro. Lloro derramando las lágrimas por las mejillas, sin gemidos, sin seguir los consejos de Cortázar, sin moqueos, ni berrinche. Lloro por dentro y lloro por fuera. Pues la nada me deja hueco por dentro y liso por fuera. Lloro porque me acuerdo de Alejandro, y de Amadeo, y de Federico. Lloro porque con estos ojos mentirosos ya veo arrugas en mis manos, pero no puedo remediarlo. Y mi pluma todavía sigue en el cajón.
Javier G. Alcaraván (@iaberius)