«Es inmoral dejar que un imbécil se quede con su dinero». Tal era el lema de William Canada Bill Jones, considerado como unos de los mayores trileros de todos los tiempos, que protagonizó algunas de las anécdotas más destacadas de entre todos los tahúres, timadores y jugadores de ventaja que vagaron por Norteamérica.
William Jones nació en algún lugar del norte de Inglaterra, en el seno de una familia de cíngaros nómadas. Era la década de los 30 del siglo XIX, y William pasó su infancia y adolescencia deambulando de un lado a otro con la caravana de carromatos. Ya desde pequeño, le enseñaron el oficio de los timos callejeros y de las estafas más clásicas. También aprendió, de su abuela, el arte echar las cartas, pero a él lo que le atraía era el juego. Con el paso de los años, fue aprendiendo los trucos básicos de cartas, entre ellos, los rudimentos del monte o trile de tres cartas, ese en el que se apuesta para encontrar a la reina.
William Jones emigró a Canadá con poco más de veinte años. El Nuevo Mundo era una tierra de grandes oportunidades para tipo de tahúres, timadores y, en general, para todo aquel que poseían la habilidad y amoralidad necesaria para quedarse con el dinero de los incautos. En Canadá, Jones se puso a trabajar bajo la tutela de un destacado timador, Dick Cady, y con él se fue labrando un nombre. Al principio actuaba como gancho, persuadiendo a los incautos de una oportunidad de ganar dinero fácil. Para ello, no dudó en sacar partido de su aspecto. A primera vista, William parecía un alfeñique. Rondaba el metro cincuenta de altura, andaba arrastrando los pies, con paso renqueante, y vestía siempre trajes varias tallas superiores a la suya para acentuar la impresión de porte desgarbado. A esto se sumaba su habilidad innata para hacerse el tonto: sabía adoptar una sonrisa bobalicona y unos modales torpes, y siempre hacía preguntas estúpidas a sus compañeros de juego con una voz chirriante y aniñada. Así que la gente lo tomaban por un paleto idiota totalmente inofensivo.
Canada Bill poseía las características necesarias para triunfar en el juego del monte: un hábil juego de manos, alma de un actor y cierta comprensión intuitiva de la psicología humana. Al poco tiempo superaba ya a su maestro y empezaron a intercambiar los papeles en el timo. Les iba bastante bien pero Bill era un hombre ambicioso. A mediados de siglo, el río Misisipi era el paraíso de los jugadores y ventajistas de todo tipo, así que Bill le propuso a Cady emigrar hacia el sur. Como este no quiso, decidieron disolver su sociedad y sus caminos se separaron.
El lugar elegido por Canada Bill para establecerse en Estados Unidos fue Nueva Orleans, en la costa de Luisiana. Empezó operando en las calles de la ciudad, y pronto se alió con tres compinches: Holly Chappell, Tom Brown y Georges Devol, su socio principal, que escribiría sobre él en sus memorias. Poco a poco, el equipo extendió sus actividades por Luisiana y las ciudades aledañas al Misisipi, por las líneas de ferrocarril, y luego a bordo de los barcos fluviales, que era donde se movía el dinero de verdad.
Aunque el grupo ganó mucho dinero de esta forma, se disolvió poco antes del estallido de la Guerra Civil. Devol y Bill siguieron trabajando juntos durante un tiempo, pero se terminaron peleando. Se acusaron mutuamente de haber engañado al otro. Devol escribió en su libro que fue Canada Bill quien empezó, al engañarle con el reparto de ciertos beneficios. Como venganza, Devol estafó a Bill con la ayuda de un compinche, al que hizo pasar por una de sus presas habituales para luego ayudarle a elegir la carta del dinero. De todos modos, la guerra interrumpió aquel lucrativo negocio ya que acabó casi por completo con el tráfico del Misisipi.
Acabada la guerra, Canada Bill se puso a trabajar con otro socio, Dutch Charlie. Con él empezó a actuar en Kansas City y en los trenes repletos de emigrantes de la línea de ferrocarril que unía esta ciudad con la de Omaha, en Nebraska. En pocas semanas llegaron a amasar doscientos mil dólares. Cuando la dirección de la Union Pacific Railway empezó a tomar medidas drásticas contra los timadores y estafadores en sus trenes, Canada Bill llegó a escribir al superintendente general del ferrocarril para ofrecerle diez mil dólares al año por una franquicia en exclusiva. Como la oferta que fue rechazada, se dedicó entonces a viajar por todo el país buscando víctimas, sobre todo, entre las muchedumbres que asistían a las carreras de caballo y a las ferias agrícolas.
Finalmente se estableció en Chicago en 1874. La ciudad experimentaba un gran crecimiento en aquellos años, así que Canada Bill, junto a un par de socios del gremio, Jimmy Porter y el «Coronel» Charlie Starr, y en aparente connivencia con la policía, abrió allí cuatro establecimientos de juego. Fue un negocio muy beneficioso con el que llegó a ganar unos ciento cincuenta mil dólares en el primer año.
Pero, pese a sus virtudes, el famoso timador tenía su propio punto débil que era, precisamente, el juego. Canada Bill era un jugador compulsivo que terminaba dilapidando sus ganancias en partidas de cartas. Su perdición era el juego del faro, el más popular de la época, pero también bastante fácil de amañar. Y no es que Bill fuera un ingenuo. Cuenta una anécdota que, un día que estaba perdiendo hasta la camisa, su socio le advirtió de que la partida estaba amañada, y Canada simplemente contestó: «Ya lo sé pero es el único juego de la ciudad».
De Chicago se mudó a Cleveland, con Porter. Allí siguió la misma rutina de ganar mucho con el trile para perderlo luego en los tapetes, hasta que enfermó de tuberculosis. Se calcula que, a lo largo de su carrera, Canada Bill llegó a estafar casi medio millón de dólares, el equivalente a unos once millones de dólares de hoy en día. Sin embargo, debido a esa doble faceta de timador excepcional y ludópata, y a que, como muchos de su profesión, era descuidado con el dinero, Canada Bill murió totalmente arruinado. En 1877 fue admitido como indigente en el en el hospital de caridad de Reading, Pennsylvania, y allí murió poco después. Iba a ser enterrado a expensas del erario público pero, al enterarse de su fallecimiento, sus amigos de Chicago hicieron un fondo para costear el funeral y pagar una lápida.
Durante el entierro, mientras bajaban el ataúd, uno de los dolientes apostó mil dólares, dos a uno, a que el cuerpo de Bill no estaba en la caja. Nadie aceptó la apuesta. Como dijo uno de sus conocidos: «Hemos visto a Bill escaparse de agujeros más pequeños».
Para saber más
-DOVAL, Gregorio: Breve historia del Salvaje Oeste, Nowtilus, Madrid, 2009
-DOVAL, Gregorio : Fraudes, engaños y timos de la historia, Nowtilus, Madrid, 2010
-SELIGMAN, Daniel R.: «The Greatest of Confidence Men» en True West Magazine
–WEISER-ALEXANDER, Kathy: «William Canada Bill Jones. Hustling on the Mississippi River», en Legends of America