Un nuevo año se abate sobre mí con sus frías alas cargadas de inciertas promesas. Y aunque la mañana de Reyes todavía logre sonsacarme una sonrisa, pronto me topo de bruces con enero. El encontronazo es tan brusco que siempre se me caen al suelo las energías y los proyectos que trajo consigo el nuevo año. Los recojo con desgana, ya no es lo mismo.
Nunca me ha gustado enero. Definitivamente no me cae bien. Supongo que saboreo tan dulcemente diciembre que, en contraste, este mes resulta demasiado helado y estéril. No sabría explicar exactamente qué sensación es la que me transmite. No es tristeza, ni melancolía. La melancolía la disfruto en otoño, cuando los días se vuelven cada vez más cortos, llueve, y el paisaje se viste de colores pardos y amarillos. Creo que enero me produce más bien fastidio, fastidio por la sensación de rutina y por el frío desagradable. Después de Navidad el frío se vuelve molesto.
Mejor pensar que febrero está a la vuelta de la esquina, con su Carnaval, y con sus 29 días, que este año es bisiesto. Espero que me dé suerte, y que para entonces me haya centrado, que son muchos los proyectos que sacar adelante.