Son los grandes olvidados de la batalla de las Termópilas, eclipsados por Leónidas y sus 300 espartanos. Fueron estos los que se terminaron convirtiendo en leyenda, en el símbolo del sacrificio heroico. Sin embargo, hay que recordar que las fuerzas griegas constaban de unos 7000 hombres, entre peloponesios, beocios y focidios. Y, cuando llegó el momento de la verdad, los 700 hoplitas de la cercana ciudad de Tespias, liderados por Demófilo, decidieron quedarse también hasta el final, al igual que otros pocos cientos de beocios, a pesar de que todos sabían que allí solo les aguardaba la muerte.
Pero los tespieos no han sido tan celebrados como los espartanos en el arte o la literatura; no tienen cuadros como el de Jacques Louis David, ni se les ha dedicado comics ni grandes películas épicas. Y, sin embargo, su sacrificio fue muchísimo mayor que el de los lacedemonios.
Para empezar, los tespieos no formaban una fuerza militar profesional como los espartanos. No tenían ni su entrenamiento ni su estricta disciplina militar, que hacía preferible la muerte a la deshonra de regresar derrotado a casa. Se podían haber retirado con el resto de griegos cuando el enemigo comenzó a rodearlos y Leónidas los despidió. Para ellos no hubiera significado una vergüenza. Los espartanos no tenían muchas opciones, pues la alternativa era ser condenados el resto de sus vidas a la miseria y el ostracismo. Los tespieos podían elegir, y eligieron quedarse.
Por otro lado, aquellos 700 hoplitas representaban el cien por cien de las fuerzas militares de la ciudad. Es más, estaban allí todos los varones en edad de combatir. La polis quedó, de ese modo, indefensa cuando las tropas de Jerjes la arrasaron poco después. Los 300 de Leónidas, sin embargo, eran sólo un cuatro por ciento de la fuerza militar de Esparta, que podía movilizar cerca de 9000 hoplitas en esa época. Además, el rey se encargó de que sólo lo acompañaran aquellos ciudadanos que tenían descendencia y habían asegurado su estirpe. Tespias perdió toda una generación en esa batalla. Los años siguientes, las mujeres y los ancianos tuvieron que reclutar extranjeros a los que les concedían la ciudadanía para recuperar la población.
Los tespieos tuvieron que esperar hasta 1997 para que el Estado griego les levantara por fin un monumento cerca del que habían dedicado a Leónidas con anterioridad.
Para saber más:
Paul Cartledge: Termópilas, la batalla que cambió el mundo, Ariel, 2008
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